Por Javier Cuñado
A la hora de comenzar a crear los diseñadores necesitamos saber el para qué, comprender el significado y la utilidad del producto que vamos a crear y con el que vamos a trabajar durante un periodo de tiempo considerable. Para ello, es fundamental escuchar al cliente pero, sobre todo, interiorizar las necesidades del usuario. Una vez tengamos claras las necesidades y requerimientos de ambas partes, podemos empezar a conceptualizar la idea. Pero ¿cómo interpretar las ideas de nuestro cliente? Sin duda, la comunicación entre cliente y diseñador es fundamental para que el resultado final sea el deseado.
La complejidad de las relaciones no es algo novedoso ni específico de este sector. Por el contrario, todos podemos contar anécdotas curiosas en lo personal y en lo profesional que desarmarían a cualquiera. Sin embargo, lo que sí es nuevo es la sociedad en la que vivimos, una sociedad que trae consigo una democratización de la información a niveles inimaginables.
De algún modo, ese factor afecta a la manera que tenemos de relacionarnos. Un ejemplo, es el mundo del diseño donde la transformación digital está irrumpiendo fuertemente. Al estar en un escenario en el que se trabaja desde la subjetividad, los clientes, cada vez más documentados y formados rechazan el proceso de aprender y dejarse enseñar/asesorar. Aquí se abre una primera brecha clave en la comunicación cliente/diseñador.
Esto provoca que algunos diseñadores se vean obligados a traicionar sus principios para adaptarse a los que el cliente firmemente reivindica a través de información que ha visto, leído o escuchado. En este sentido, es de crucial importancia que antes de continuar con el proceso creativo forjemos una buena relación diseñador/cliente.
¿Qué hacer para que la relación cliente/diseñador fluya correctamente?
Es imprescindible que entre ambas partes se forje confianza y respeto para conseguir un producto basado en la excelencia. En definitiva, un diálogo basado en la transparencia y en la claridad con el fin de evitar situaciones complejas.
Sin duda, la solución para este escenario está en la búsqueda del equilibrio y en la construcción de una comunicación enriquecedora entre ambas partes para obtener los resultados esperados.
Por un lado, el cliente debe comprender la importancia de conceder libertad al diseñador. La libertad es una de las herramientas más potentes de los diseñadores y, en general, de los artistas. Es la fuente de creación de la creatividad y cuando esta se quiebra aparecen obstáculos. Además, el cliente debe dejar a un lado cualquier actitud reactiva y negativa.
Por otro lado, los diseñadores, tendremos que saber transmitir los conceptos, ideas y diseños que queremos plasmar para dotarles de sentido y profesionalidad. Este aspecto ayuda mucho a alimentar la confianza que el cliente deposita en el diseñador porque le aporta credibilidad y profesionalidad. También tendremos que valorar los recursos con los que cuenta para trabajar y, al contrario que el cliente, alejarse del optimismo extremo.
Además, cuando nos comuniquemos con nuestros clientes tendremos que conseguir extraerles suficiente información para idear el producto. Por ejemplo, plantear dudas enfocadas a conocer los objetivos que persigue con esa creación, el deadline del proyecto, los materiales, técnicas…etc. De esa manera, conoceremos todos los aspectos que demanda el cliente y tendremos en nuestras manos la capacidad de formular las preguntas adecuadas para confrontar ideas.
Ambas partes deben comprender que el diálogo entre cliente y diseñador no debe ser lineal. Es aquí cuando aparece un nuevo sujeto: el mercado con el que no solo interactuará el cliente, sino también el diseñador. Si, por el contrario, los diseñadores nos mantenemos aislados en esa relación, obtendremos una visión bastante limitada que no nos permitirá acceder a las auténticas posibilidades del proyecto.
Lo ideal sería que los tres formaran un círculo colaborativo donde mercado/usuario, cliente y diseñador se relacionen entre sí. El nuevo escenario colaborativo favorece la actitud proactiva de todos los miembros y facilita la innovación en el proceso creativo.
Una vez hayamos recogido toda la información necesaria del cliente y del usuario, hemos estudiado los gustos del público y nos hemos documentado, empezaremos a crear.
Una buena comunicación cliente/diseñador refleja un buen proceso creativo y este, a su vez, ofrece como resultado final el diseño deseado por el cliente, con los aspectos que demanda el usuario y la propuesta implícita de valor que aporta el diseñador.
Un ejemplo en el que el proceso creativo ha dado los resultados esperados es Karbon Chair que hemos diseñado para Actiu. Se trata de la primera silla conceptualizada, diseñada y fabricada en fibra de carbono en España y de las pocas en el mundo. Se trata de una silla tecnológica que reivindica con sus detalles y la precisión de sus acabados la admiración de un proyecto disruptor.
Es muy importante recalcar que para que los diseñadores podamos dar un gran salto cualitativo en la propuesta de un nuevo producto, no debemos de estar solos. Debe de haber una “confianza” y una “complicidad” entre diseñador y cliente, extraordinarias. Hay muchas cuestiones vitales para el éxito/fracaso de un producto que no dependen de nosotros los diseñadores.